Es tan breve que el verdadero sentimiento se queda siempre a las puertas de la conciencia.

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jueves, 22 de agosto de 2019

Todos buscan el amor pero nadie lo encuentra ¿quién sigue buscando algo que ya ha encontrado? Nosotros. El amor no viene a salvarte, necesita que lo salves tú, ya nadie cree en él y menos que todos, yo.
Yo no soy nadie, un error, una mancha, un espasmo de la mente, esa sensación en el estómago cuando piensas que hay un escalón más.
Ningún dios me ha reclamado, ninguna religión me ha bautizado, si alguien intenta darme nombre no deberías ser tú. Tus mentiras han corrompido todos los templos a los que podría acogerme, rezas por mí y me has hecho atea.

jueves, 8 de agosto de 2019

No sé lo que quiero, solo sé que tengo este corazón y no sé cómo usarlo.
Tengo este fuego ardiendo en una chimenea atascada, este humo sin salida que me asfixia.
Tocas el arpa y es Roma al revés.

domingo, 4 de agosto de 2019

El Lobo Azul

Esta historia se desarrolla en un pueblo de montaña, cerca de un bosque. Los sucesos aquí descritos son ficción y cualquier parecido con la realidad es pura casualidad, pero por si acaso los nombres han sido modificados.
Nuestro protagonista es un adolescente con el pelo teñido de azul, muy rebelde o así lo cree él. De hecho, pasa mucho tiempo en el bosque, donde medita sobre sus problemas hormonales y esquiva a su familia. Cuando su madre le dice “ten cuidado”, él responde “los demás deberían tener cuidado conmigo”. Por favor, no le toméis como ejemplo. (La adolescencia es algo muy malo y afecta a una gran parte de la población mundial, donad en favor de la causa en la cuenta bancaria que encontraréis al final de este relato).
La aventura comienza pasado el mediodía, cuando nuestro protagonista después de vagar por el bosque, decide hacer una pausa para la comida. Ser un adolescente antisocial es un trabajo duro y da hambre.
Al salir de entre los árboles para tomar el camino de regreso, se encuentra de frente con otra persona, y por desgracia esta persona no tiene oportunidad de esconderse o esquivarlo a tiempo.
La chica, que tiene aproximadamente su edad y va cargando con una gran mochila, se ve obligada a frenar de golpe. Nuestro protagonista, que a partir de ahora y por motivos narrativos, llamaremos Azul, realiza un sutil movimiento de cabeza  y dice:
  • ¿Qué pasa?
La chica tuerce la boca y arruga la nariz en una expresión de confusión y rechazo, los subtítulos señalan: ¿pero quién es este tío?¿por qué está en medio del camino? Ajeno al significado de este gesto, Azul decide iniciar una conversación, con toda la confianza inmerecida que posee.
  • ¿Qué haces?
  • ¿A ti que te importa? - es la pregunta inmediata y lógica, expresada en un tono brusco de quién descubre que todavía estás bloqueando el camino.
  • Bueno, no sé, por curiosidad, es raro encontrar gente por aquí.
  • ¿Y tú qué haces aquí? - interpela la chica, no por curiosidad si no por hacer notar la ironía.
  • Me gusta venir para estar solo y pensar en mis cosas.
Nuestro protagonista se encoge de hombros con las manos en los bolsillos, lo que se llama “hacerse el misterioso”, esa táctica que no te funcionó a los dieciséis ni nunca.
  • Pues no te molesto más.- acota.
La chica tiene la firme intención de esquivarle y seguir con su camino, a marcha rápida de las que desaparecen rápidamente de tu vista.
  • A ver, ya que estás aquí, mejor me quedo contigo, el bosque es peligroso.
  • ¿Tienes miedo? - replica con sorna.
  • ¡No! - asegura Azul con energía , la duda ofende, él está a vuelta de todo.
  • Yo tampoco.
Da un tentativo paso hacia la derecha.
  • ¿Necesitas que te acompañe a algún sitio? Es fácil perderse, yo conozco muy bien el lugar.
En la cabeza de nuestro protagonista se está manteniendo una conversación totalmente diferente a la que está teniendo lugar, de hecho, es un monólogo.
  • Ya conozco el camino.- afirma.
En el fondo que conste apoyo a nuestra chica.
  • ¿A dónde vas?
No es asunto suyo, yo lo sé, ella lo sabe, él se cayó de la cuna de pequeño.
  • A casa de mi abuela.- contesta con fastidio y la idea equivocada de que si colabora la conversación acabará antes.
  • ¿La finca de la montaña? - adivina Azul.
Un silencio espeso se cierra sobre el bosque, no es solo la ausencia de palabras sino la firme intención de no proporcionar ninguna información al enemigo.
  • ¿No llegarías antes por el camino del río?
  • ¿Eh?- exhala la chica.
Confusa, flaquea y nuestro protagonista aprovecha su momento de debilidad.
  • A ver, si cuando llegas a la desviación del pueblo, tiras en dirección al río siguiendo la orilla, sabes, en vez de girar a la izquierda, llegas antes.
  • ¿A la orilla del río?¿Para subir a la montaña cómo?¿Trepando?
  • Bueno, es un poco empinado si, pero llegas antes.
Azul, el experto, el entendido, el “tú hazme caso nena que yo sé”.
  • Paso.
  • Que sí, que tardas mucho menos, muchísimo menos.- insiste.
El pesado, el pelmazo, el “en serio, déjame en paz”.
  • Ya, pero no.
  • Ya verás, pillo el atajo y llegó antes que tú.- apuesta nuestro protagonista.
Apenas ha terminando la frase cuando ya se está alejando, rápido, muy rápido.
  • No,- niega la chica, pero es demasiado tarde, si no la escuchaba antes ahora la distancia hace la comunicación todavía más imposible.- no estás invitado, ¡no!.
.
Lo siguiente que sabemos es que nuestro protagonista está frente a la puerta de la casa. Ha llegado mucho antes que la chica, él tenía razón. Puede que pasar mucho tiempo vagando solo en el bosque sirva para algo, su madre estará tan orgullosa.
Nuestro protagonista se enfrenta ahora a un dilema, sentarse a esperar a la chica para poder saludarla desde lejos y de manera triunfante proclamar: “Te lo dije”, o echar un vistazo a la casa mientras tanto. Lo segundo requiere más energía inquieta y menos pasividad, si, lo segundo definitivamente. La extraña finca, está compuesta de una casa solariega de dos plantas y una zona vallada con enrejado metálico de casi 2 metros y la tela esa de plástico verde, esa típica de huertos, asumimos que es un huerto aunque no se pueda ver nada.
Una agradable anciana sale de la casa con una tijeras de podar y se dirige hacia el huerto, a riesgo de resultar mucho más espeluznante que simple observando desde la lejanía, Azul decide ir a presentarse, interceptando a nuestra anciana cuando está ya ha quitado el candado de la puerta y está dispuesta a entrar.
  • ¡Hola!
La anciana se gira a la vez que se lleva la mano al pecho. Esto ha estado increíblemente cerca de ser un asesinato, habría sido una historia mucho más interesante.
  • ¿Quién eres? -pregunta con voz trémula.- Espera, espera que me ponga las gafas para verte mejor.
De uno de los bolsillos del mandil, saca una funda, y con  gran ceremonia, extrae unas gafas gruesas, echa vaho sobre los cristales, los frota con la gamuza que ya tenía preparada dentro y se las coloca. Y se las vuelve a quitar porque se le ha olvidado, ponerse el collar ese de protección alrededor de cuello y no sabe hacerlo bien cuando las tiene puestas. Esta vez cuando se pone las gafas, las empuja bien arriba del puente de la nariz y sonríe educadamente.
Tras un examen cercano de nuestro protagonista, al que, comprobado, no conoce de nada, la anciana repite:
  • ¿Quién eres?
  • Soy Azul - responde nuestro protagonista que ha estado esperando en educado silencio.
  • ¿Qué?
  • Soy Azul - repite.
Hay que reconocer que le han criado bien, es un poco demasiado intenso pero muy educado con sus mayores.
  • ¿Que quieres Atún? - contesta todavía más confusa la anciana.
  • Azul, señora, azul,- bueno está claro que la señora es un poco sorda así que nuestro protagonista está dando su mejor esfuerzo.- A-Z-U-L.
  • ¿Qué?- insiste nuestra anciana poniendo ya cara de mosqueo, de “estos jóvenes de hoy en día..”- ¡Habla más alto, niño, para que te oiga mejor!
  • ¡AZUL! - grita nuestro protagonista con toda la energía de sus jóvenes pulmones.
  • Bueno, tranquilo, no grites. Lo del azul ya lo veo, pero ¿quién eres?
  • Soy un amigo de su nieta.
Esa afirmación sobreestima ampliamente su relación, pero requiere mucha menos explicación que: mire señora, me encontré con su nieta en el camino, no la había visto nunca antes, pero le dije que por MI camino se llegaba antes y ella dijo que no le importaba, y yo dije que sí, y aquí estoy.
  • ¿Ah, si? Mira tú que bien. - contesta la abuelita con sonrisa educada. - ¿Y has venido a merendar?
  • Bueno… estaba esperando a su nieta que viene de camino. Disculpe si la molesto.
  • No, niño, claro que no, solo iba a podar y esas cosas de ancianas con tiempo libre.
La abuela hace un gesto hacia la puerta con las tijera de podar, está abierta de par en par, descubrimos que dentro del vallado tiene una plantación, en el que cultiva plantas... ¿qué carajo?¿eso es...?.
  • ¿Estas plantas cuáles son?- pregunta en seguida Azul.
  • Tomates, hijo mío,- responde la anciana con soltura.- los chicos de hoy en día ya no distinguís ni unos tomates.
Tiene razón, el chico no es capaz de distinguir una planta de tomates de otra que obviamente no lo es. Aunque tiene sus dudas con la planta, pero prefiere no decir nada, por educación.
  • ¿Te apetece un bizcocho? Los hago yo, con lo que cultivo en mi huerto. Muy naturales.
La anciana cierra la valla y echa otra vez el candado, para que nadie le robé los “tomates”.
  • Muchas gracias señora .
¿Quién dice que no a un bizcocho casero? La abuela acompaña a nuestro protagonista dentro de la casa. Una vez acomodado en la mesa de la cocina, y tras el primer mordisco al bizcocho, la abuela se apresura a preguntar:
  • ¿Te gusta?
  • Si, si, muy rico -  contesta nuestro protagonista, no hay otra respuesta posible para una anfitriona y cocinera que te mira fijamente.- ¿De qué es?
  • De tomate.
  • No sabe a tomate.
  • ¡Por eso está bueno! - exclama la abuelita con una risita simpática.- Azul la imita, aunque su risa parece más bien confusa, el tipo de risa de alguien que no ha pillado el chiste. - Ay, me está dando hambre verte, yo también me voy a comer un trozo.- La abuela saca del cajón una dentadura, - Es para comerte mejor.
Con la dentadura en la mano, le da un mordisco en el brazo a nuestro protagonista. Azul salta sorprendido de la silla y nuestra anciana se parte de la risa, no es el primer bizcocho que se toma. Otro niño traumado más, es un día feliz.
Llaman a la puerta, la nieta ha llegado apenas 15 minutos más tarde que Azul, pero sin lugar a dudas el rato más extraño de la vida de nuestro protagonista.
Desde la cocina la ve entrar en la casa y puede oír su conversación.
  • Buenas tardes, abu.- saluda la chica, ofrece la mejilla para el habitual beso de abuela, que son en realidad cien pero muy rápidos. - Te traigo tu dinero.- dice mientras abre la mochila, desde lejos no se ve muy bien, pero parece un fajo de billetes, asumimos que son, de hecho, varios fajos de billetes.- y así también me das los bizcochos para esta semana.
  • Me han salido fantásticos, que te lo diga tu amigo, a qué sí, niño.- la abuelita se gira hacia Azul.
  • ¿Mi qué? - se extraña la chica, que por fin cruza la mirada desde el otro lado de la casa con nuestro protagonista.- Abuela, yo a este chaval, no lo conozco de nada, no deberías haberle dejado entrar en la casa,- dice la chica mientras observa a Azul con fastidio,- y encima le has dado un bizcocho.
  • Te dije que llegaría antes- se jacta nuestro protagonista.
La chica se acerca a zancadas, le agarra del collar de la camiseta y empieza a tirar de él hacia la puerta
Mira chaval que te pires.
Sigue arrastrándole por todo el salón, Azul se deja llevar, un poco mareado por la situación y porque la verdad no sabe muy bien qué decir.
La chica abre la puerta, le empuja fuera, y ya cerrando la puerta le amenaza:
  • No has visto nada, ¿entendido?
  • ¿Ver el qué?- pregunta nuestro protagonista.
La puerta se cierra sin más, no hay respuesta pero si la vaga sensación de que ha pasado algo y él no se ha enterado.
.


Si hace un rato tenía hambre ahora todavía más, los bizcochos no han hecho nada, es mejor volver a casa. Llega al camino principal después de lo que parece mucho tiempo, es como si andase a través de mermelada, se siente raro, está un poco cansado y decide tumbarse un rato allí, solo un rato.
Afrontemoslo, se ha comido al menos dos trozos de bizcocho, y todos sabemos que no eran de tomate, por favor, imaginadlo, puaj.
Así que tenemos a nuestro protagonista, tumbado al borde del camino y mirando con intensidad al cielo...y con hambre... esa nube parece un conejo…y dándole vueltas a toda la escena, porque mira que ha sido todo raro y los bizcochos sabían raro y la chica se ha puesto como rara... y la de allí una zanahoria... ¡que gracioso!
En esta situación pasa con el coche un hombre de un pueblo cercano, uno de estos hombres afables, campechanos, con camisa de leñador que parecen lugareños de toda la vida no importa a donde vayan. Al ver a nuestro protagonista medio tumbado en el arcén detiene el coche y baja la ventanilla.

  • ¿Estás bien, chaval? Tienes mala cara. - le diagnostica desde el asiento del conductor.
  • ¿Yo?… yo… si.
Nuestro protagonista sonríe y su mirada que estaba perdida entre los árboles se enfoca repentinamente en un punto 10 cm por encima del hombro del señor. El hombre ante una situación que parece médica, detiene el motor y se baja del vehículo.
  • ¿Qué te ha pasado?
Una mano enorme y callosa cae amigablemente contra el hombro de Azul.
  • Pues… la abuela... y la chica… - comienza nuestro protagonista, está al borde de una idea, pero le da vueltas el estómago y no se puede concentrar.- esos tomates… y la dentadura...
  • ¡Escúpelo ya, chaval! - le anima el leñador, acompañándolo de un golpe en la espalda - Sácalo de dentro.
  • Era un camello.
Como en una epifanía, ahora lo ve todo claro y un rayo de luz le atraviesa la cabeza. Joder lo que ha tardado, pues ya está, nos podemos ir todos a casa.
  • ¿Pero qué te has fumado, muchacho?
Nuestro señor tiene el ceño fruncido con consternación. Nació en otra época y en un pueblo muy pequeño, donde todo el mundo estaba enterado de la vida privada de los demás, y aunque las drogas y el alcohol existían, generaban grandes cantidades de chismorreo malicioso, que es en realidad el peor castigo de los pueblos pequeños..
  • No, no, no he fumado nada. Me lo he comido.
  • Criatura… - comienza el señor, se detiene y pellizcándose el puente de la nariz suspira.- ¿dónde vives? - pregunta casi con pena.
  • En el pueblo.
  • Anda, ven, te llevo a casa que no estás en condiciones.
El hombre coloca el brazo de Azul sobre sus hombros y de un tirón lo levanta prácticamente en vilo.
  • Pero es verdad, no había ni un solo tomate y yo esas plantas las he visto en camisetas de Jamaica.
  • Ya, ya, anda, sube al coche y échate una siesta, a ver si para cuando lleguemos se te ha pasado. - con cuidado de que no se golpee la cabeza, el pueblerino suelta a nuestro protagonista sobre el asiento del copiloto y casi con un cariño de padre le abrocha el cinturón de seguridad.- Como te vean tus padres así menudo disgusto, que desgracia de hijo.
El camino en coche es breve pero intenso, la radio está en alguna emisora de música popular, Azul mantiene un monólogo discontinuo que no tiene sentido y está plagado de dentaduras, huertas en medio de la montaña y chicas con mochilas cargadas de dinero. El señor no hace comentarios sobre esta historia y sencillamente canturrea con alegría las coplas que van sonando.
Tras llegar a casa en ese estado, la madre de nuestro protagonista acortó drásticamente las visitas al bosque, de hecho, las eliminó del todo, por si acaso. Azul pasó muchas más horas respirando el aire del interior como los adolescentes normales de esta generación, y jugando a videojuegos que es mucho más sano.
Todos comieron bizcochos y vivieron felices.